Al principio, Luis Callejo parecía el Jack Lemmon español. Allá por el 2000 protagonizaba sus primeros cortos, como El paraguas, dirigido por Sergio Barrejón, el primero que apostó por él. En El paraguas Callejo interpretaba a un chico algo torpe y atolondrado pero rebosante de encanto. Entonces, como digo, parecía Jack Lemmon. Hoy ya no es así. Hoy Callejo parece Jack Lemmon, Robert de Niro, Daniel Auteuil, José Sacristán, Benicio del Toro a placer. ¿Qué ha ocurrido entre medias para que Luis Callejo cumpla e incluso desborde todas las expectativas depositadas en él?
Pues, para empezar, trabajo. La filmografía de Callejo, apabullante, responde a un ascenso lento pero rotundo. El actor se ha ido forjando a través de papeles pequeños pero contundentes y muy bien elegidos, en los que ha demostrado ese viejo ‘adagio’ de que no hay actores secundarios, hay papeles secundarios: sus memorables intervenciones en comedias como El penalti más largo del mundo se alternaban con sus primeras apuestas dramáticas, como ese emocionante pobre diablo que componía en Princesas, y que le valió una nominación al Goya como Mejor Actor de Reparto. El chispazo de popularidad le vino, con todo merecimiento, por su Julián de la Cuadra de la serie El barco, y Callejo no pudo aprovechar mejor la escalada: solo en los últimos años le recordamos en Mi gran noche, Kiki, el amor se hace, Cien años de perdón… hasta su consagración con Tarde para la ira, en la que demostró que no era sino un protagonista nato escondido bajo un disfraz de secundario, y que le valió su segunda nominación al Goya. Esta vez de protagonista, por supuesto.
Para continuar, su voz. Callejo posee una voz extraordinaria con la que hace lo que quiere. Puede ser la voz más castigada, o la más dulce, o la del colega de cañas de toda la vida. No es de extañar que varios directores le hayan requerido como narrador de sus historias; que su potencia interpretativa funcione igualmente en teatro, en el que posee su propia compañía, Teatro del Barro; o que sea un inmenso placer escucharle cuando aparece en el programa de radio ‘Negra y Criminal’, donde lo mismo es un verdugo encallecido como el mismísimo Sherlock Holmes.
Pero, probablemente, todo esto no hubiera sido posible si Callejo no se hubiera forjado, año tras año, en el mundo del corto: la friolera de casi 40 cortos repartidos a lo largo de 20 años. Después de sus primeros papeles en El paraguas o Líneas de fuego de Jorge Dorado, saltó a primera línea con Ludoterapia de León Siminiani. Desde entonces se sucedieron las interpretaciones de envergadura: el hombre del aeropuerto de Gracias, otra vez con Dorado; los personajes emocionalmente desasistidos que le brindó José Manuel Carrasco en Consulta 16 o Vida en Marte; el treintañero que pasa la noche con los colegas en la Cuenca de Pichis de Marta Aledo, que probablemente le recordaría su Segovia natal; el formidable pederasta de Lucas, de Álex Montoya; diversos y siempre notables papeles con David Planell, Antonio Muñoz de Mesa, Ángela Armero, Natalia Mateo…
Y sea cual sea el personaje, un protagonista, un secundario, una voz o una simple frase, Sherlock Holmes, El Lute o un hampón del extrarradio, Callejo siempre consigue hacernos creer que esto de interpretar es algo sencillísimo. Como Edward Norton, como John Cusack, y otra vez como Jack Lemmon, Callejo hace fácil lo muy difícil, y justifica sobradamente la frase con la que él mismo se presenta en su página web: ‘Luis Callejo Martínez: el mejor actor que existe’. Pues claro. Para qué vamos a andarnos con falsas modestias cuando es totalmente cierto.
Óscar de Julián. Director de Cortosfera.